[Capítulo 2] Mi camino hacia el diseño y la preocupación de mis padres. El dilema de ser diferente.
En el primer capítulo sobre cómo llegué a ser Diseñador de Producto ya
conté cómo fueron mis primeras andanzas con doce añitos en todo lo que
tenía que ver con los ordenadores, la tecnología y los software que replicaban la
suite de Adobe de aquella época.
Si has llegado a este post sin ver el anterior, te
invito a
leerlo pero, más allá de ese post, vamos a seguir indagando en cuál fue
mi
camino para llegar a ser Diseñador de Producto.
Pentium II mi primer buen ordenador
Tras aquellas primeras clases de informática y la típica insistencia de un niño pequeño encaprichado con un juguete. Mis padres acabaron comprándome un Pentium II. Por Dios, dónde habrán acabado aquellos aparatos... Aún recuerdo aquella torre y esa pantalla que ocupaban gran parte del escritorio de mi habitación.
El IBM 286 que me abrió las puertas a ese universo que posteriormente acabaría llamando Diseño Gráfico y que, para mí, era "hacer dibujitos en el ordenador" dio un paso a un lado y le dimos un retiro espiritual llevándolo a la casa de la playa. En aquella época todo se reaprovechaba hasta el extremo y si en el anterior capítulo resaltaba el hecho de lo raro que era tener un ordenador en casa por aquel entonces y dado que mis padres eran de reaprovechar absolutamente todo, pues no estaba muy bien visto el tirar un ordenador así como así.
En el fondo, yo era feliz con esa decisión ya que, por aquellas me tiraba los tres meses de verano en la playa por lo que podía seguir haciendo mis dibujitos tanto en la casa de Madrid como en la de la playa.
Falta de motivación en el colegio
Otra cosa diferente eran los estudios. Por aquellas, mi única motivación en el colegio eran mis amigos, el deporte y las clases de informática de Javier. Yo estaba en la clase de los inteligentes pese a considerarme más tonto que las piedras a la vista de mis resultados académicos. Bien es cierto que, con la edad me he dado cuenta de que, mi único problema, era la falta de motivación.
Me aburría horrores cuando tenía que estudiar matemáticas o lengua, me motivaban cero y mi obsesión era llegar a las clases extraescolares de informática para poder hacer mis dibujos de Bola de Dragón en el Corel Draw.
En aquel entonces, empezaron a salpicar entre las clases regulares del día a día, algunas clases de informática. Recuerdo que nos ponían a jugar a una especie de Trivial de cultura general que te acababa dando una nota tipo sobresaliente, notable, bien... Era tal mi obsesión por el tema del diseño que yo acababa abriendo, sin que mis profesores se dieran cuenta, el paint en aquel windows 3.11 y me ponía a seguir dibujando mis cómics.
En casa, la cosa no variaba mucho. Dedicaba mis tardes a entrenar para competir en ciclismo y a hacer los dibujitos en aquel flamante Pentim II que tenía windows 95. Abría el paint, cogía mi último cómic y me ponía a pintar a la misma vez que el estrés de mi madre aumentaba por verme dejar los libros aún lado. No fueron pocas las ocasiones en las que discutíamos sobre el tema. Para mi madre era importante que hiciera deporte, en esto estábamos muy de acuerdo pero, en lo del tema de los estudios, no lo estábamos tanto.
Intenté encontrar un término medio y, dado que mi padre me llevaba casi cada fin de semana a las carreras que solían ser fuera de madrid, aprovechaba el trayecto en coche para estudiar pero claro, aquella dinámica no era la más eficiente del mundo.
Mi primer contacto con internet
A mis quince años Javier me regaló un pequeño router. Si no recuerdo mal, era un router de 14 mpbs. Los más viejos del lugar recordarán como aquellos aparatos eran nuestra puerta a internet. Aunque recordarán aún más los sonidos del infierno que emitían aquellos bichos que nos permitían conectarnos a internet, eso sí, sólo una horita y a partir de las seis de la tarde que era la tarifa telefónica más barata.
Fue aquel aparato con melodías altamente cuestionables el que me abrió las puertas a internet. Un internet en el que te tenías que llenar de paciencia ya que, la carga de las páginas llevaba minutos, las descargas eran poco menos que una aventura similar a cruzar el Atlántico a nado.
La preocupación de mis padres por mis resultados académicos
A la vez que mi universo y mi mente se expandían con la red de redes. En los estudios cada día iba a peor.
Recuerdo claramente aquel trimestre en que suspendí casi todas las asignaturas. Aún tengo bastante presente el dolor que sentí tras haber fallado a mis padres, pero la química orgánica, la física, las matemáticas... me parecían mucho menos fascinantes que aquel mundo que se abría ante mí con internet o, qué duda cabe, ese pequeño mundo de garabatos incomprendidos en el que me perdía junto a Son Goku y sus amigos a través del paint.
Era tal la preocupación de mis padres por mis estudios que decidieron ir a hablar con mis profesores los cuáles les vinieron a decir algo así como "el niño no es tonto, lo que pasa es que es vago". Esto no le sentó muy bien a mi madre, una luchadora innata cuya historia da para un blog aparte.
Su desesperación llegó a tal punto, que mis padres se presentaron un día a hablar con Javier y, cuenta la historia que fue el quien, basándose en esas dos horas semanales por las tardes que compatimos durante varios años les dijo: "sacad a este niño de aquí porque este chaval tiene otras cosas en la cabeza".
Mamá quiero ser artista
Sin ser yo consciente de todas esas conversaciones llegó el día en el que le puse la puntilla a mi madre con una conversación en la que le transmití de manera clara y directa "Mamá, quiero ser artista" unido a un "quiero abandonar este colegio y, a partir del año que viene, quiero ir al instituto a estudiar eso de hacer dibujitos en el ordenador". Como te podrás imaginar, a ella no le sentó demasiado bien aquello y quien me iba a decir a mí lo que el futuro próximo nos deparaba a ambos tras aquella conversación...
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